Un perro llevaba en una
canasta, para la casa de su amo, un buen pedazo de carne. Por el camino
encontró a su pariente el cimarrón, quien entabló con él conversación amistosa.
No comía todos los días el pobre, y de buena gana hubiera mascado un poco de lo
que llevaba el perro. Hacía mil indirectas; ofrecía sus servicios para
cualquiera oportunidad; proponía ciertos cambiazos muy ventajosos, según él,
enumerando con énfasis las varias reses que decía tener guardadas.
-Dame la canasta -decía al
perro-; te la voy a llevar hasta casa, y allí verás cosa buena.
Podrás elegir a tu gusto la
presa que más te parezca debe ser del agrado de tu amo, a quien tanto deseo
conocer, y así se la ofreces de mi parte.
El perro, sin desprender
los dientes, medio le contestó que no tenía tiempo, que dispensara, y para
evitar compromisos, se apretó el gorro.
Algo más lejos, dio con un
puma flaco, hecho feroz por el hambre.
El perro, en otra ocasión
hubiera disparado; pero el deber lo hizo valiente. Puso en el suelo la canasta,
enseñó los colmillos y esperó el ataque. El puma se abalanzó más a la canasta
que al enemigo, pero antes que la pudiera agarrar, el perro lo cazó de la
garganta y lo sacudió de tal modo que se volvió el otro para los montes, sin
pedir el vuelto. Trotando, seguía el perro con la canasta, cuando se vio
rodeado, sin saber cómo, por cuatro zorros. Se paró; se pararon ellos.
Volvió a caminar; se
volvieron a mover: pero como se le venían acercando mucho, y que si soltaba la
canasta un solo rato, para castigar a alguno de ellos, los otros aprovecharían
la bolada, optó por quedarse al pie de un árbol, y esperar con paciencia que le
vinieran a ayudar.
Pasaban las horas; los
zorros no se atrevían a atacarlo, pero, pacientes, espiaban un descuido del
fiel guardián. Ni pestañeó siquiera, y cuando lo atormentó el hambre, no se
quiso acordar de lo que llevaba, pues era ajeno.
Al fin, vino el amo,
inquieto, buscándolo. Dispararon los zorros; el perro fue acariciado como
bueno.
Pues había sabido tener,
para conservar, más astucia que el astuto para adquirir, más fuerza que el
fuerte, más paciencia que el paciente.
De otro perro cuentan que,
también llevando carne, se vio de repente atacado por uno mayor que él y más
fuerte. Puso en el suelo la carne, y sin vacilar, peleó, como guapo y fiel que
era; pero se juntaron otros perros y entre todos, ya lo iban a obligar a ceder
y a robarle lo que llevaba. Se le ocurrió entonces que, ya que no podía salvar
la carne, siquiera él también debía tomar su parte de ella: arrancó un pedazo y
con él se mandó mudar, dejando que los demás siguiesen disputándose el resto.
Hay héroes que sólo son
héroes, y hasta el fin; pero son pocos.
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